Odio los domingos, normalmente son aburridos aunque hoy ha sido un domingo atípico, me ha gustado. Después de levantarme tarde, como de costumbre después de un duro y cansado día de trabajo y estudio, sólo he podido prepararme para la comida familiar que teníamos preparada, la cual ha salido genial, ha sido bastante divertida, especialmente por mis primos pequeños, que son la leche.
Ahora ya disfruto de mis últimas horas de libertad tanto como universitario como trabajador, da asco. Nunca he valorado tanto mi tiempo libre, bien puedo decir que estoy empachado de trabajar y de estudiar, de comerme la cabeza por el simple hecho de tener que planear las cosas mucho antes, calculando cuándo podré hacer según qué cosas y cuándo no, al igual que no poder hacer nada por falta de tiempo. Infinidad de cosas que agotan mi paciencia, que es poca.
La verdad es que el verme agobiado no es nada nuevo, de hecho no voy a repetirme porque ya hay una entrada hablando de la falta de tiempo. Ahora mi problema se basa en el empacho de ideas que parezco tener, la gran cantidad de planes, cosas que hacer, sentimientos, emociones, recuerdos e ideas que tengo.
Aquí estoy, surgido de una discusión, de vuelta en mi cuarto, habiéndome deshecho de mi iPod por el momento, al igual que de mi tranquilidad. Debe ser la época y mi ritmo de vida, salto a la más mínima. Los exámenes se acercan y mi mente se convierte en un caos durante unas semanas; deshacerme de la organización que me caracteriza no es fácil, mandarlo todo a la mierda, sí.

Como me está saliendo un churro de escrito, creo que voy a empezar a enumerar unas cuantas cosas que pasan por mi mente estos días, así acabamos antes y no estropeo más la entrada. Pues bien, como todo buen universitario que se precie, hay que estudiar el estrés que suponen los exámenes de esta época. Como buen matemático, hay que calcular el tanto por cien que el trabajo me quita de estudio. Como buen trabajador, hay que trabajar el triple que una persona normal, por tener sólo dos séptimas partes del tiempo libre que tiene un chico normal de mi edad. Como buen chico de diecinueve años, tengo que socializar mi parte más sociable para compensar tanto a mis amigos como a mi lado perfeccionista. Como buen perfeccionista, tengo que intentar que todo lo anterior me cuadre y además, con suerte, produzca un resultado positivo, tan positivo que me haga valorar muy positivamente el estilo de vida que llevo, para así no tener que mandarlo todo a la mierda de nuevo.
Pero no sólo me preocupan los estudios, no. Me preocupa poder cumplir mis planes de seguir con el trabajo, por lo menos, hasta que cumpla el contrato, porque yo tengo un mínimo de seriedad laboral. Además, tengo aficiones y, por ejemplo, quiero ir a Madrid pronto. Añadido a lo anterior, quiero ver a todos mis amigos regularmente y al menos tomar un café con cada uno de ellos, contarnos la vida y calmarnos el estrés. Quiero ver a gente que hace tiempo que no veo. Me gustaría llevar a cabo mil cambios en mi habitación. Saber qué va a ser de mí en los próximos meses y en los próximos años.
Bien, qué mierda de escrito me ha quedado... Eso es lo que pasa cuando uno tiene ochenta cosas en la cabeza, señores... Caos.